De todas las criaturas que tienen mente y alma
no hay especie más mísera que la de las mujeres.
Primero han de acopiar dinero con que compren
un marido que en amo se torne de sus cuerpos,
lo cual es ya la cosa más dolorosa que hay.
Y en ello es capital el hecho de que sea
buena o mala la compra, porque honroso el divorcio
no es para las mujeres ni el rehuir al cónyuge.
Llega una, pues, a nuevas leyes y usos y debe
trocarse en adivina, pues nada de soltera
aprendió sobre cómo con su esposo portarse.
Si,
tras tantos esfuerzos, se aviene el hombre y no
tras tantos esfuerzos, se aviene el hombre y no
protesta contra el yugo, vida envidiable es ésta;
pero, si tal no ocurre, morirse vale más.
El varón, si se aburre de
estar con la familia,
estar con la familia,
en la calle al hastío de su humor pone fin;
nosotras nadie más a quien mirar tenemos.
Y dicen que vivimos en casa una existencia
segura mientras ellos con la lanza combaten,
mas sin razón: tres veces formar con el
escudo
escudo
preferiría yo antes que parir una sola.
Pero el mismo lenguaje no me
cuadra que a ti:
cuadra que a ti:
tienes esta ciudad, la casa de tus padres,
los goces de la vida, trato con los amigos,
y en cambio yo el ultraje padezco de mi esposo,
que de mi tierra bárbara me raptó, abandonada,
sin patria, madre, hermanos, parientes en los cuales
pudiera echar el ancla frente a tal infortunio.
Mas, en fin, yo quisiera de ti obtener sólo esto,
que, si un medio o manera yo encuentro de vengar
el mal que mi marido me ha hecho, callada sepas
estar. Pues la mujer es medrosa y no puede
aprestarse a la lucha ni contemplar las armas,
pero, cuando la ofenden en lo que toca al lecho,
nada hay en todo el mundo más sanguinario que ella.
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